Corría mayo de 2013,
volvía a casa procedente de Nueva York. Esta vez era diferente, pues ya nunca
estaría de regreso a la gran manzana, al menos para quedarme. Mi próximo
destino sería Miami, lugar actual donde resido. Pasaba por un mal momento, por
ello, allí Maya me esperaba con un libro que al leer su título descarté abrir,
al menos por un tiempo. En busca de un Dios para amar. Era lo último que quería
oír hablar, de Dios y sus monsergas.
Han pasado casi 4
años de ese momento. Despierto con ese sabor amargo e insulso que sientes
cuando te das cuenta que tu vida va perdiendo el color que tenía. La rutina de
la vida es mala compañera. Busco entre los cajones de mi mesita de noche, donde
hay varios libros deseando ser abiertos y que día a día son frutos del olvido. Ahí
estaba en busca de cariño, donde lo deje. “Quien siempre guarda, siempre
tiene”. - Solía decir mi abuela. Cojo el coche y me marcho lejos, con ansias de
recuperar mi identidad buscando de soledad y donde solo se escuche la voz de
los árboles o los sermones de las piedras.
Me dispongo a
leer.
No soy de ir
pregonando sobre mi amor por Dios ni mi actitud devota al mismo. Tampoco soy
una mujer común donde sigue los estereotipos marcados por una sociedad eclesiástica
predominantemente conservadora. Soy reivindicativa y cuanto más mayor me hago
más tozuda y testaruda me convierto en mis convicciones, cada vez más
excéntricas. Por ello, o se me ama hasta puntos infinitos o se me aborrece por
la misma razón. Pocas son las veces que hay un término medio.
Me cansan las
conversaciones chabacanas y aunque no lo parezca, aborrezco la simplicidad de
las mismas cuando se convierten en mero compromiso. ¡Despertemos señores, que
la vida es más que un hábito insulso y monótono, que las relaciones se crean de
momentos que edifican y diálogos que ayudan a sentirse a uno amado y querido! Así
que hoy voy a levantar la polémica. Hoy voy a ser critica, como siempre sí, pero
esta vez un poquito más si se me permite. Y sino, también. No porque algo haya
pasado recientemente, no. Sino porque llevo por mucho tiempo meditando en lo
que hoy voy a escribir.
Llevo varios años
sentándome en una esquina de un banco de iglesia mientras observo el fervor
congregacional con el que cada vez me identifico menos. Sin que sirva de
precedente cuento como reseña que nací en la iglesia adventista en un país europeo
donde la cultura tiene mucho que decir. También que hace más de 15 años que
entregué mi vida a Cristo. Y finalmente, afirmo que mi vida no es perfecta ni mucho
menos ejemplo de nada, pues lucho cada día por aferrarme a un Dios que cada vez
siento más lejano.
No tengo cargos
en la iglesia, porque llevo pendientes. Ni soy digna de subir a un pulpito
porque visto pantalones los sábados. Tampoco parece que puedo tener
predicaciones pues lo que la gente ve es que mi vida no es un ejemplo para los
que los demás consideran una vida entregada. Y pueden que tengan razón. O no. ¿Acaso
la tuya lo es, anciano de iglesia, o es que no se ve lo que como diacono haces
dentro de tu hogar? Avancemos gente del siglo XXI, aprendamos que vivimos en un
mundo globalizado, dónde venimos no solo de varios países del mundo sino de
continentes diversos. Aprendamos a tolerar la diferencia cultural, como yo
tengo que aceptar los llamados insulsos que hacéis en cada sermón. Llamados
donde todo el mundo se levanta y entrega su vida a Dios cuando acto seguidos se
convierten en los mayores detractores de la ley los seis días restantes de la
semana.
Dicho esto, tú,
querido amigo que te sientas en ese banco cerca de mí, te diré que con esa
actitud no ayudas para que pueda creer ni confiar en la iglesia por la que un día
me comprometí. Me enfurece enormemente la importancia que le das a las
apariencias o al vivir pendiente del que dirán. Debes de saber con qué
problemas puedo estar luchando cada día antes de vivir señalándome con el dedo.
Que no viva la fe como tú la vives, no quiere decir que no ame a Dios como tú
lo amas. Lejos del legalismo, puede que tenga la lengua muy larga o la vergüenza
muy corta. No me escondo. No me escondo de ser como soy, porque antes de ser adventista,
soy cristiana. Y antes de ser cristiana, soy hija de un Dios que me ama.
Me ama.
Cristiano fariseo
que te sientas cada sábado en ese banco, o en otro, ¿puedes decir tú que también
me amas? El amor no es tan sencillo de ejercer y mucho menos de manifestar. Y
siento decirte que veo mucha oración de rodillas en la iglesia mientras que
tras las bambalinas todo se convierte en pura hipocresía. Deberías de medirte con
la misma vara con la que mides a la gente que según tu criterio está mal en la
vida. Sí, gracias por orar por mí, lo necesito. También yo lo hare por ti,
porque quizá tu estés más necesitado que yo.
Es verdad que no
me siento cerca de Dios como un día lo estuve, pero de eso se trata, de
permanecer y no abandonar como cientos y cientos hacen por gente acusadora como
tú. Puede incluso ser, que el día de mañana te creas con la autoridad incluso de
borrarme de un libro que solo hombres escriben. Adelante. Te olvidas que solo Dios quita y solo
Dios pone. Solo El. Pues El ve no como el hombre ve, pues el hombre
mira la apariencia exterior, pero el Señor mira
el corazón. 1 Samuel 16:7.
Dejo de leer el
libro que me acercó un poco más a Dios, más que incluso el sermón de ayer en la
iglesia. Curioso. Mientras conduzco ensimismada en mis pensamientos, sé por qué
esta es la mejor terapia para meditar. El momento de tener delante un volante y
una mirada perdida en el horizonte azul de una mañana de domingo en Miami, es la
mejor de las reflexiones.
Como epilogo a
este post déspota. Dejo saber a todos aquellos que me leen, que asisto a la
iglesia sólo porque quiero enseñar a mi hija la importancia de los valores, la
existencia de un Dios incondicional y la imperfección de la iglesia, ya sea
esta u otra. La cual nunca, y repito nunca, debe de hundirte hasta tal punto
que dejes de creer en aquel que un día creíste. Mi pequeña Carmen, supongo que
en algún momento te sentirás como yo ahora, en busca de un Dios para amar. Espero
que para ese entonces no te dejes llevar por el que dirán y hagas como tu
madre, fija tus ojos en Cristo. Y en nadie más. Es el único que nunca te
fallara.